Y continuemos con la historia
Atipaq el Guerrero de los Elementos
(Las Cronicas de Runaterra)
Capitulo II
El Despertar de una Leyenda
“Nada es más doloroso para una madre que enterar a su
propio hijo; excepto para un hijo enterrar a toda su familia y conocidos”
Atipaq.
En las Faldas del Genkis
El día apenas había comenzado, mientras él seguía con su
larga hibernación y de pronto su apacible sueño se vio envuelta por llamas
azules y entonces se dio cuenta de que era hora de despertar.
Se asomó a ver el
mundo una vez más, había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo hizo,
todo parecía estar igual como siempre, pero había algo diferente el cielo rugía
de una forma extraña, de una forma que jamás había presenciado y el viento al compás
del estruendo de los rayos soplaba en una sola dirección.
Sus ojos se posaron sobre aquel lugar, podía sentir que
la tierra bajo sus pies intentaba hacer que se moviera y que fuera hacia allá.
Los elementos lo llamaban a moverse y a ir sobre aquel lugar donde se erige un
pequeño poblado.
Y así Kawiri, el maestro de los elementos tomo su arma y
marcho hacia aquel lugar.
Poblado Pukinari
Atipaq había quedado inconsciente y tirado sobre un grupo
de plantas que lo ocultaban de los barbaros y de su ira insaciable por la
sangre. Las horas pasaron y su desmayo se convirtió en un simple sueño, al cual
su mente lo había llevado.
Eran imágenes alegres, recuerdos de épocas buenas, ahí
estaba el en el comedor junto a su madre y su pequeña de tres años y el asiento
vacío de su padre al cual casi no recuerda, pues se fue cuando su hermana apenas había nacido hacia Noxus, su
lugar de origen.
Pero hasta los sueños más hermosos pueden convertirse en
pesadillas y aquella apacible imagen hogareña pronto se vio en vuelta en llamas
azules separándolo de su familia; y en ese instante el miedo lo despertó.
El sol se situaba casi a la mitad del cielo marcando el
medio día, mientras Atipaq se levantaba para observar con horror todo el
paisaje a su alrededor, cuerpos regados y mutilados, grandes charcos de sangre
donde aterrizaban los buitres para alimentarse de los muertos, mientras el
fuego consumía las viviendas.
Los barbaros se habían marchado dejando solo muerte,
nadie se salvó ni siquiera los animales domésticos quienes yacían muertos en
sus corales acerca a sus dueños, ahí solo estaba Atipaq quien había comenzado a
llorar, sin darse cuenta que su llanto atraería a un grupo de lobos que habían
sido atraídos al poblado por el olor que habían comenzado a desprender los cadáveres.
Atipaq débil por el golpe que había recibido del bárbaro
apenas lograba caminar y al girar en una esquina donde una casa es consumida
por el fuego, se topa con los lobos que
estaban peleándose por devorar el cadáver de un campesino, en ese instante el
niño trata de correr pero tropieza con la pierna de otro muerto, mientras los
lobos van tras él.
Uno de los lobos se adelanta a los otros y se abalanza
sobre el niño, pero antes de que pueda llegar hasta el, el fuego de la cabaña
pareciera cobrar vida y crea un muro entre el niño y las bestias quienes
asustadas huyen del lugar.
El muro se mantiene, mientras Atipaq observa con asombro
y miedo el muro mientras de él, emerge la figura del Maestro de los elementos,
que se acerca lentamente al niño.
-Tranquilo hijo no voy a lastimarte, he venido a
ayudarte.
-Ayudarme…
El maestro de los elementos, se inclina hacia Atipaq
quien aún no paraba de llorar, para recogerlo del suelo y consolarlo.
-¿Quién hizo todo esto?
-Barbaros… barbaros malos…
-Barbaros, es extraño porque siento los ecos de una magia
demoniaca y oscura usada recientemente y todas las víctimas son solo aldeanos,
no hay ni un solo bárbaro caído. Tranquilo pequeño yo te protegeré, no
permitiré que nadie te lastime.
Su abrazo, era cálido y reconfortante, era como el de su
padre, el pequeño Atipaq se quedó dormido en los brazos del maestro de los
elementos, quien lo llevo consigo, hacia su morada.
Al día siguiente.
El sol amanece nuevamente en las faldas del Genkis,
mientras las aguas fluyen de la cascada del rio Khan que era quien regaba los
campos e Pukinari. Atipaq despierta, para verse envuelto en una cama hecha con
pieles de Inamarus. Esta algo desorientado, hasta que se da cuenta de que esta
en una cueva, al salir puede ver al maestro de los elementos, quien está
preparando el desayuno.
Su apariencia es la de un hombre que está cerca de los
cincuenta años, sus ojos son de color marrón, mientras su cabello presenta
canas en algunas zonas, vestía una ropa simple pues había dejado su armadura y
su arma dentro de la cueva que se había convertido en su morado desde que desapareció
de Valoran, hace eones.
-Al fin has despertado pequeño, siéntate que tenemos que
hablar y desayunar.
-¿Quién es usted señor?
-Mi nombre ya lo olvide hace mucho tiempo, ahora todos me
llaman Kawiri.
-¿Kawiri?
-Significa Maestro de los elementos en una antigua lengua
ya extinta ¿Y tú cómo te llamas?
-Yo soy Atipaq, Atipaq Noxes.
-¿Recuerdas lo que paso en tu aldea?
-Solo recuerdo que entre en ella y…
-Tranquilo, debe ser muy duro lo que ha pasado, pero en
la vida muchas veces habrán grandes tormentas, pero también habrán épocas
buenas, solo queda seguir adelante con todas nuestras cicatrices.
-Usted es un guerrero.
-Sí, ayer en la tarde, después de recogerte fui en búsqueda
de los barbaros que atacaron tu aldea y lamento decirte que no los encontré, seguí
su rastro hasta un sendero sin salida y de ahí no había más rastro solo los rezagos
de una magia oscura que jamás he visto. Ahora solo nos queda honrar a tus
muertos.
Después del
desayuno Atipaq y Kawiri bajan de la montaña hacia el poblado, Atipaq se queda
sentado bajo un árbol observando a Kawiri que se dedica a recoger los cuerpos de
los pobladores en un claro. Donde usando sus poderes hace que el suelo se habrá
y trague los cuerpos en su interior.
De pronto Kawiri regresa con el cuerpo de una mujer y una
niña pequeña. Atipaq rápidamente reconoce los cuerpos y corre a abrasar por última vez a su hermana y su madre. Mientras Kawiri
observa que la madre de Atipaq protegía algo entre sus manos.
-Atipaq atesora y cuida este medallón, tu madre murió protegiéndolo,
junto a tu hermana.
El medallón de la madre de Atipaq, tenía un extraño
símbolo dibujado en él, Kawiri sabía que había visto ese símbolo antes, mas no
recordaba donde. Kawiri entierra a la madre y a la hermana de Atipaq, mientras
se voltea hacia este para hacerle una pregunta que ha querido hacerle desde que
lo vio.
-¿Dime Atipaq, alguna vez has soñado con llamas azules?
La respuesta de Atipaq era confirmativa, para Kawiri era
la prueba definitiva, las profecías se hacían realidad, después de tanto años
esperando, al fin había nacido un elegido y solo le quedaba hacer una cosa.
Kawiri deja sentado sobre el nuevo cementerio el tronco
de un árbol donde deja por escrito lo acontecido con el poblado, mientras
invoca llamas para que consuman lo que queda de este.
-Vámonos Atipaq que la hora de llorar a acabado y la hora de
levantarse y hacerse fuerte comienza ahora.
Continuara…
Y así inicia el entrenamiento de Atipaq.
Próximo capitulo: La Ira del Cambia Pieles.