Los gritos de los vecinos y las órdenes de los guardias
se sucedían, mientras todos corrían. Buscando refugio unos. Lanzándose a
defender la posición otros. Aún me costaba entender lo que sucedía. Hasta ayer,
todo había transcurrido con tranquilidad. Había escuchado que por estas tierras
había caminado un mal gigantesco, pero también que Nueva Tristrán estaba
suficientemente lejos de ese lugar. Y hasta ayer, así parecía. No sé por qué
comenzó todo. Algunos dicen que anoche vieron una bola de fuego azul caer del
cielo. Otros que es un castigo de sus dioses. Pero sea cual fuere la causa,
sólo estaba seguro de una cosa: Los muertos no se quedan muertos. Se levantan y
empiezan a atacar a los vivos. Y lo que es peor. Algunos de mis vecinos se han
convertido en esos monstruos sin siquiera haber muerto.
A pesar de ver esto con mis propios ojos, o quizás
precisamente por ello, no atinaba a reaccionar. No sabía si luchar, correr, si
correr, hacia donde. Estaba de pie ahí, confundido, frente a la taberna,
esperando nada, pensando en todo. No entendía qué pasaba. Por qué pasaba.
Unos gritos destacaron sobre los demás. Miré hacia la
entrada de la ciudad y vi que los monstruos habían sobrepasado a los guardias.
Un par de ellos estaba siendo devorado por los Alzados, mientras daban alaridos
de dolor. Los muertos vivientes parecían insensibles a los golpes de espada y flechas
que se clavaban en sus cuerpos putrefactos. Avanzaban torpemente, pero
golpeaban con fuerza a aquellos quienes trataban de detenerlos. Comencé a
retroceder lentamente. La imagen era abrumadora. Sangre y restos humanos por
doquier, mientras las víctimas aumentaban.
De entre los muertos vivientes se aparecieron unas
pequeñas criaturas. En primera instancia creí se trataba de niños que corrían
presas del pánico, pero alcancé a ver la cara de uno al pasar cerca de mí. Era
un rostro demoníaco, que me hizo helar la sangre en mis venas. Uno saltó hacia
mí, pero caí de espaldas por la impresión y terminó atacando a uno de los
guardias que trataba de contenerlos. El terror dio alas a mis pies y corrí como
nunca creí que podía hacerlo. Miré hacia atrás y vi que tres de esas criaturas
me perseguían. Me estrellé contra la pared de una de las casas, pero no
permitiría que esas cosas me alcanzasen. No quería terminar como los demás. No
quería morir.
Trepé por unas cajas que estaban apoyadas en la pared
para alcanzar el tejado. En eso uno de esos demonios saltó hacia mí, pero con
la desesperación, le lancé una patada, que lo hizo caer. Me subí a la última
caja y comencé a arrojarles cuanto pillaba dentro, en un intento de alejarlos.
Esos demonios se movían rápido, saltando de aquí para
allá sin cesar, lo que me angustiaba más. Les lancé unas lámparas, antes de,
empujando con los pies, hacer que el montón de cajas se derrumbe, para evitar
subieran. Sin embargo, parece que una de las cajas traía combustible para las
lámparas, porque junto al choque estrepitoso de los contenedores con el suelo,
llamas surgieron de entre ellos antes de que hiciera eco una explosión. Caí de
espaldas, pero me mantuve sobre el tejado. Rogaba que esas criaturas hayan muerto,
pero no quise quedarme a averiguarlo. Avancé de rodillas por el techo. No podía
creer lo que estaba pasando.
Tan absorto estaba en mis pensamientos, que no puse
atención a que había llegado al borde y casi caí. Me puse de pie y, desde la
altura, pude ver como los muertos vivientes estaban por doquier, mientras los
guardias hacían lo posible por detenerlos y gente corría de un lado para otro.
El cielo estaba anaranjado, pero no sabría si decir por el fuego o por alguna
mala señal.
- ¡¡¿¿Pero qué está sucediendo aquí??!!- grité abrumado
desde lo alto.
El crepitar de la madera consumiéndose por el fuego me
alertó de que el techo estaba cediendo. Antes de caer presa de las llamas,
preferí descolgarme de donde estaba. Estaba un poco alto, pero igual me dejé caer.
Aunque aterricé de pie, el impacto me causó un dolor agudo en las piernas, por
lo que caí de costado. Sin embargo, al abrir los ojos y ver a un grupo de
muertos vivientes frente a mí, se me olvidó el dolor y comencé a correr.
En la otra entrada de la ciudad la situación parecía un
poco mejor, o al menos, no había tantos monstruos como en el otro lado. A pesar
de ello, estaban por todos lados. No tenía escapatoria. Di un paso hacia atrás
y tropecé con el cadáver de uno de los guardias. Aún tenía en sus manos el arco
que usaba para defender la posición. En ese momento me decidí. Si quería
sobrevivir, tendría que luchar. Tomé el arco y un par de flechas que encontré
cerca. Un zombie se acercaba a mí. Nunca había usado un arma, pero sería
necesario si quería vivir. Apunté hacia su cabeza y dejé la flecha volar. Ésta
dio un par de vueltas en el aire y cayó dos metros delante de mí. Hasta el
zombie parecía confundido por lo que pasó, pero antes de que me alcanzara,
disparé otra saeta. La plumilla me produjo un corte en la mano y la flecha se
fue a clavar en el pie del muerto viviente.
- Definitivamente no sirvo para esto...- murmuré antes de
soltar el arco y salir corriendo.
La abundancia de demonios y muertos vivientes me
convenció de que lo mejor era volver a los tejados. Subí sin mucha dificultad
al techo de la taberna y me quedé ahí tirado. No tuve mucho tiempo para
contemplar el horror que acontecía ahí abajo, ya que pronto fui atacado por una
bandada de cuervos. Había oído relatos de ataques de cuervos que habían
devorado a personas. No quería ser parte de esos relatos, por lo que me
arrastré lo más rápido que pude por el tejado y me lancé al vacío.
Afortunadamente, no estaba tan vacío, y aterricé de
espalda sobre una carreta llena de heno. Como caí tan fuerte, el forraje me
cubrió por completo. Al principio, no podía moverme por el dolor, pero luego
decidí quedarme ahí escondido, con la esperanza de que no me encontraran esos
monstruos. Esperar hasta que todo esto pasara. Hasta que volviera la normalidad.
En la relativa tranquilidad de mi escondite, pude
escuchar el caos reinante allá afuera, con gritos de horror y dolor, aullidos
demoniacos y gemidos por doquier. Podía escuchar la desesperación de las
personas tratando de hacer cada uno lo que podía... o lo que no...
- ¡¡Ayuda!!! ¡Que alguien me... AAAAHHHHHHH
- ¡Vamos! ¡Protejan esa puerta! ¡Que no entren más!
- Cuida de mi hijo, por favor... Yo no aguantaré mucho...
- ¡Sálvenmeeee!
- AAAAHHHHHHHHH
- ¡Es el fin del mundo! ¿Qué fé nos salvaría?
- ¡Es para Yiotish!
- Trae eso para acá.
- Hay que bloquearlos.
- Vamos, ¡Muevan esa carreta!
- Muere, maldito demo... Arghhhhhh
Una vibración se empezó a sentir a mí alrededor. Me
aterró la idea de que me hubieran encontrado. Apreté mis rodillas con mis manos,
rogando porque no me vieran. Pasó unos momentos, y me extrañó que sólo se
sintiera esa vibración. Quería mirar afuera para ver qué pasaba, pero me daba
miedo el pensar en hacerlo y encontrarme cara a cara con uno de esos muertos
vivientes, por lo que me quedé quieto, aguantando lo más que podía la
respiración.
Repentinamente, el movimiento cesó. Además, el ruido del
caos se sentía un poco más lejano. A pesar del miedo, puse oído a lo que
ocurría afuera. Aparte de los gritos, sólo se escuchaban muchos pasos.
- Bien, ya está asegurada esta entrada.
- Perfecto, la barricada está lista. Refuercen las
puertas.
"¿Barricada?" pensé. Comencé a apartar el heno
y asomé la cabeza. Estaba en las afueras de la ciudad, y una horda de muertos
vivientes venía hacia mí.
- NOOOOOOO………
Editado por mi.